Alimenta tu alma
“Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, los seres humanos vivían en un lugar llamado Paraíso, y su vida era sencilla pero llena de abundancia y motivos para la felicidad.”
Quizá este lugar fantástico fuera un bosque y esta bella sensación la misma que siente un niño cuando se le deja libre en la naturaleza.
Cuando crecemos y maduramos nos volvemos responsables y eficientes pero nos privamos del principal ingrediente que nos sustenta y que es mucho más que el aire, el agua, la luz del sol y los alimentos: la energía que alimenta el Alma.
Quizá sea por este motivo por el que pasamos gran parte de nuestra vida añorando momentos felices, aquellos que un día nos hicieron sentir que la vida era maravillosa y que nunca jamás nos faltaría nada.
Pero no estamos confundidos ni nos hemos vuelto locos: aquellas vivencias existieron y forman parte del gran tesoro de la Humanidad. Recuperar este “Tesoro” y nuestra sensación de plenitud se convierte en una tarea que no es individual ni aislada, sino un Derecho, una Herencia y una Bendición para todos.
Ser niño es ser libre, mostrarse espontáneo, equivocarse, reír porque sí y llorar porque no. Ser niño es asombrarse y llenarse de júbilo y querer aprender siempre, -¡siempre!- de todo y en todas partes.
Las personas que trabajamos con niños, que nos contagian su vitalidad, entusiasmo y pureza, no envejecemos fácilmente, porque todas estas cosas que ellos nos trasmiten son un antídoto contra el sedentarismo, el conformismo y la pereza.
Este es el verdadero motivo de salir, una y otra vez, a la naturaleza.
Es regresar a la fuente, al hogar, al cobijo y la certeza de nuestra Madre, nuestra Tierra.
Es importante, desde nuestro enfoque naturalista, aprender muchos contenidos que forman parte del currículum escolar, como identificar las diferentes especies arbóreas, los componentes de un ecosistema, los factores que provocan la contaminación de los acuíferos… pero igual de importante o más es conectar con la emoción, las sensaciones y la sensibilidad que se expande cuando tocamos y olemos, cuando presenciamos el nacimiento de un ser vivo, aunque sea tan diminuto y frágil como una oruga, una hormiga, una libélula…
Esta gran fascinación que siente el niño, que no está sujeta a ningún control ni previsión, completamente inesperada, nueva y única….¡¡¡¡ Es sentirse vivo!!!! Y en la misma medida, expresarlo con el cuerpo, con la sonrisa, con la mirada, con la voz….
En la medida en que nos permitimos sentir, en que nos damos permiso para emocionarnos y para compartir nuestra emoción de las mil maneras diferentes y creativas que se nos ocurren, nos volvemos más humanos, más vibrantes, más libres y por tanto…mejores. Mejores personas para afrontar las dificultades, para resolver problemas, para participar en los desafíos, para establecer uniones y crear comunidades capaces de avanzar y en la medida de lo posible proteger aquello que nos da la vida.

Las manos de Álvaro bajo la Fayona, en la fuente de San Esteban de Cuñaba, Peñamellera Baja.
Alimentar el Alma es escuchar. Escucharse a uno mismo y a todos los seres vivientes. Incluidos también los árboles, las rocas, las nubes y el manantial.
Alimentar el Alma es disfrutar. De los pequeños detalles y las grandes ocasiones. Seguir los propios impulsos que nos llevan a elegir cosas de manera intuitiva que nos hacen sentir bien, que mantienen nuestro equilibrio y nos fortalecen.
Alimentar el Alma es crear. Cada pequeño gesto es una creación. En un ambiente de libertad el Ser busca la manera de comunicarse sin censuras ni restricciones. Bajo el mandato del Ego, todo es imperfecto, inoportuno, insignificante. Romper las reglas y establecer las propias, respetando nuestras creaciones y las de nuestros hermanos, todos.
Alimentar el Alma es confiar. Vivir sin miedo, reconocer los errores y agradecer por ello cada oportunidad, fortalecer los vínculos y establecer puentes que nos permitan sostener e incrementar la calidad en nuestras relaciones personales, en nuestros hogares, en nuestros trabajos y proyectos.
Alimentar el Alma es amar. Porque nuestro origen y nuestra esencia más pura es el amor. Porque el amor nos eleva por encima de las dificultades, nos calienta el corazón y nos permite alimentar al “niño interior” cuando todo alrededor es caos y maltrato. El amor nos hace conscientes, abre nuestra empatía y nos saca del egoísmo y el miedo.
Y cuando el alma está alimentada entonces luce, florece y da. Se vuelve alimento para sí misma y para los otros. El bucle continua y genera más riqueza. Se zambulle en el eterno ciclo de la existencia, donde nada se pierde, todo se utiliza, todo se regenera y evoluciona hacia el Bien mejor.

Iñigo contempla el pequeño lago del río del Infierno, en la Pesanca, Piloña.
Los niños buscan este alimento. En los dibujos infantiles, en los cuentos, en los juegos, en las canciones, en los sueños, las niñas y niños buscan alimentarse del néctar que alimenta su identidad, su exquisita personalidad, su mundo interior sensible y exclusivo, su Esencia.
Más allá de lo aparente, de la avidez de conocimientos e ideas que forman parte del ámbito mental, la naturaleza del niño busca naturaleza, autenticidad, vibración pura en colores, sabores, sonidos, sensaciones….
Salir al Bosque, caminar, contagiarse de olores, vislumbrar el sendero, guardar el equilibrio, respetar el turno, gritar y estar en silencio, olfatear el viento, valorar el río, y compartir: compartir el calor, la lluvia, la sed y el alimento. Un puro compartir que nos regresa al origen, a ese Paraíso perdido donde éramos libres, espontáneos, amables y sinceros.
Las Inteligencias múltiples nos abren caminos para crecer en la diversidad y la interconexión. Aprovechemos la magnífica oportunidad que es aprender en el bosque, crecer jugando y alimentar el Alma.
Los niños, como los árboles y los ancianos, son nuestros maestros, permanentes guías de nuestra propia evolución.
Imagen y edición: @naydanavuelta
Texto: Equipo Tierra MágicAsturias